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Los gatos domésticos son una de las especies más populares como mascotas en todo el mundo. Sin embargo, algunos de los comportamientos de estos felinos pueden representar grandes retos para los cuidadores. Uno de los problemas más frecuentes para muchos cuidadores ocurre cuando tienen un gato agresivo.
La agresividad felina se define, en términos generales, como el comportamiento antagonista que despliega un individuo frente a otro gato, animal o incluso con sus cuidadores humanos. Los casos en que las personas deben lidiar con un gato agresivo resultan bastante usuales. Algunos expertos indican que estos problemas de comportamiento conforman el segundo más común entre los felinos domésticos, constituyendo alrededor del 29% de los problemas notificados sobre gatos.
El gato agresivo puede desplegar comportamientos variados, desde persecuciones ocasionales, hasta enfrentamientos que involucran daños físicos ocasionados por arañazos y mordiscos. En estos animales existen variaciones en cuanto a la sociabilidad de los individuos, al igual que en otros mamíferos sociales como los seres humanos.
En este sentido, se reconoce que pueden existir individuos muy sociables, que disfrutan pasar el día en compañía de otros animales y personas, mientras otros especímenes simplemente no toleran la presencia de otros, en especial, si son otros gatos. Se ha descubierto, incluso, que un mismo individuo puede exhibir variaciones en el nivel de sociabilización, pudiendo volverse un gato agresivo con determinados individuos, mientras que con otros es mucho más cariñoso.
Sin importar la causa y nivel de agresividad de un minino, es importante reconocer los estímulos que causan el despliegue de dicha conducta, así como las señales del gato agresivo. Las señales se relacionan con el lenguaje corporal del gato, por ejemplo la postura de la cabeza y orejas, además del movimiento y posición del cuerpo.
Causas de agresividad en gatos
Las circunstancias que pueden volver a un gato agresivo son muy variadas y bastante comunes. En la mayoría de los casos, la agresión se produce entre un individuo de un determinado grupo familiar y un gato foráneo. Este tipo de comportamientos puede volverse un grave problema en el entorno doméstico, en especial si es dirigido hacia un miembro de la familia.
En muchos casos, la agresividad de los felinos domésticos se relaciona con determinadas condiciones de su hogar, como el no contar con suficiente espacio y estímulos para drenar su energía e instinto de caza. Por otro lado, un gato agresivo suele ser un individuo juvenil que desea imponer su dominancia sobre los otros miembros de la familia. Este tipo de conductas también se asocian a los animales que no han sido castrados.
Tanto el comportamiento agresivo como su desencadenante pueden ser muy complejos. Esto ocasiona que se vuelva un reto muy grande encontrar y manejar las soluciones para un gato agresivo.
Una vez que se ha determinado la causa del gato agresivo, es posible establecer estrategias para corregir las conductas y disfrutar de la intrépida compañía de estos animales. Por otro lado, si este tipo de problemas se deja pasar, los gatos pueden terminar ocasionando o adquiriendo lesiones físicas serias y, en muchos casos, termina siendo una razón de abandono animal.
Tipos de comportamientos agresivos en el gato doméstico
La causa y el tipo de violencia se encuentran muy relacionados en un gato agresivo. De esta manera es posible distinguir entre varias conductas antagónicas que presentan estos pequeños mamíferos. A pesar de estos, todos los comportamientos violentos pueden identificarse a través de señales físicas como dilatación de las pupilas, orejas aplanadas hacia atrás, cola erguida con pelos erizados, entre otros.
Como hemos mencionado, la agresividad de los gatos puede tener diversos motivos y conocer su origen puede garantizar un manejo y corrección ideal del problema. Entre las causas más comunes por las que un gato puede volverse violento se encuentra el miedo, dolor físico, la territorialidad, entre otros.
Miedo
La agresión por miedo es más bien una conducta defensiva de los gatos. Inicialmente, estos animales pueden intentar huir, aunque de no ser posible, terminarán defendiéndose con garras y dientes. Esto resulta bastante frecuente cuando un individuo se siente amenazado y acorralado. El lenguaje corporal de un gato agresivo, bajo estas circunstancias, consiste en mantener una postura defensiva con el cuerpo agachado, el cuerpo y la cara tensa, orejas inclinadas hacia los lados, cabeza metida hacia el cuerpo y pupilas parcial o completamente dilatadas.
Cuando el gato no puede mantener una distancia apropiada de la persona o animal que considera una amenaza, cambiara su pose a una más agresiva, mostrando los dientes y erizando los pelos de su cola, además de emitir algunos gruñidos o siseos. Este tipo de situaciones puede ocurrir a cualquier edad en los gatos, pero cuando el gato no socializa de manera correcta durante su juventud, se puede intensificar con el tiempo.
Juegos
A diferencia de otros animales de compañía, los gatos prefieren interacciones cortas y frecuentes. Cuando reciben atenciones como caricias o juegos prolongados, puede terminar en un estado de sobre-estimulación que deriva en agresividad. Por otro lado, muchos gatos pueden desplegar juegos muy bruscos, en los cuales suelen morder y arañar con fuerza, lastimando a otros miembros de su familia. Este tipo de conductas se asocia a individuos que han sido apartados de su madre a muy temprana edad, por lo cual no adquirieron las habilidades de juego adecuado. Muchos dueños de gatos reportan, además, que estos animales suelen acecharlos y atacarlos repentinamente, saltando sobre ellos.
Defensa del territorio
Uno de los detonantes más comunes de un gato agresivo, es cuando siente que otro individuo trata de invadir su territorio, o cuando se disputa el mismo con otro gato. Este tipo de conducta se ha evidenciado tanto en hembras como en machos, aunque estos últimos suelen establecer territorios más amplios. Aunque generalmente las disputas por un área particular ocurren entre gatos, un felino también puede mostrarse violento con otros animales domésticos o con sus humanos, con el fin de establecer una autoridad sobre ellos. Cuando esto ocurre, despliegan algunas posturas como erguir y erizar la cola, ofrecer aruñazos y gruñir.
Entre las situaciones más comunes en las que un gato agresivo defiende su territorio se encuentran la llegada a la madurez sexual, introducción de un nuevo miembro a la familia, cambios importantes como mudanzas, solapamiento de territorio de gatos en situación de calle, entre otros.
Dolor físico
El dolor físico es otra de las causas que pueden provocar agresividad en un gato. Esto se debe a que cuando un felino se encuentra en un estado de salud delicado, suele volverse mucho menos tolerante a cualquier situación molesta. En este sentido, puede resultar difícil de manipular a uno de estos animales cuando atraviesa una situación de dolor como artritis, lesiones agudas o procedimientos dolorosos o incómodos. Asimismo, los gatos son capaces de asociar situaciones que han sido previamente dolorosas y reaccionar de manera violenta, incluso antes de sentir el dolor físico.
¿Cómo corregir el comportamiento de un gato agresivo?
Saber manejar a un gato agresivo puede parecer una tarea difícil, pero es totalmente necesario para los dueños y cuidadores de estos animales. Lo primero que se debe hacer en caso de tener un gato que ha desarrollado conductas violentas, es consultar con un veterinario para descartar que su origen se relacione con algún tipo de dolor o malestar físico. Por otro lado, los expertos en la salud de los felinos, pueden guiarnos sobre cómo actuar ante determinadas situaciones. En el caso de que la agresividad no se encuentre relacionada con un problema de salud, entonces los veterinarios pueden remitir a los dueños a un experto en comportamiento de gatos.
Una de las primeras recomendaciones para los cuidadores de gatos o personas que estén pensando en adquirir una mascota felina, es asegurarse de ofrecer suficientes estímulos sociales sobre estos animales. En varias investigaciones se ha comprobado que los mininos juveniles son capaces de adquirir habilidades sociales mediante la influencia o ejemplo de los adultos, en especial de sus progenitores. Por esta misma razón, si un gato adulto es agresivo y se encuentra en compañía de otros individuos, se recomienda separarlo para no disgregar dicha conducta entre los animales más jóvenes.
Identificar el tipo de agresividad también resulta vital para establecer estrategias correctivas sobre estos problemas. Mientras más pronto se puede establecer una intervención, más fácil será erradicar la conducta agresiva. Asimismo, se deben evitar siempre los castigos físicos, pues estos no solo amenazan la integridad de la mascota, sino que además promueven los comportamientos antagónicos entre el gato y sus dueños.
Eliminar los estímulos que causan ansiedad o miedo también es muy valioso si se desea tratar la agresividad de un gato. Si se trata de conductas violentas entre dos gatos, lo mejor será separarlos, y después de un tiempo prudencial juntarlos lentamente mediante estímulos positivos o recompensas. De esta manera, los animales podrán asociar la presencia del otro con una experiencia positiva.
Si se trata de agresividad por territorialidad, lo mejor será ignorar la conducta agresiva y permanecer firmes ante el intento de dominancia del individuo. Asimismo, se puede poner un límite a través de un fuerte y firme “No”, de manera que el gato se sienta intimidado, sin dejar de sentirse seguro en su entorno.
Finalmente, acudir a un profesional certificado en comportamiento es muy relevante, pues este ayudará a establecer técnicas para modificar efectivamente el comportamiento de un gato agresivo. Esto no garantiza que los dueños o incluso el profesional no vayan a sufrir algunas lesiones durante el tratamiento del animal, pero puede garantizar que a largo plazo la conducta sea corregida y el bienestar del gato y el resto de la familia se mantengan en óptimas condiciones.
Referencias
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- Turner, D. C., Bateson, P., & Bateson, P. P. G. (Eds.). (2000). The domestic cat: the biology of its behaviour. Cambridge University Press.
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