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Vamos a hablar en esta ocasión de la varicela. Es, probablemente, la enfermedad más común en niños y también en algunos adolescentes y adultos.
Cuando se da en personas más mayores, suele ser más virulenta, más severa y con más probabilidad de poder sufrir complicaciones derivadas de esta enfermedad.
Responsable de la varicela
La varicela es una enfermedad causada por un herpes. Podríamos asegurar que pocas personas no han oído hablar del virus varicela-zóster, que pertenece a la familia de los herpesvirus. Pues bien, este es el agente que causa la enfermedad que nos ocupa.
Es sumamente frecuente en niños entre el año y los ocho años de vida, siendo la media alrededor de los dos años.
Contagio de la enfermedad
El virus responsable de esta enfermedad infecciosa se encuentra presente, en suspensión, en las gotitas de saliva que se expulsan al hablar, al toser o estornudar. Es una enfermedad altamente contagiosa y como en el principio de la enfermedad no hay ningún síntoma, un solo niño puede contagiar a toda una clase.
También puede producirse el contagio cuando se entra en contacto directo con las vesículas, que contienen gran cantidad de virus.
Al estornudar o toser el niño, el virus infecta las mucosas de las vías respiratorias de otros niños. Desde este momento hasta unos quince días después más o menos, se producen dos contactos del virus con la sangre de la persona a la que va a infectar. Una de estas fases de «reinfección», se produce en dos órganos internos, hígado y bazo, por lo que hay que prestarles especial atención.
Es al cabo de esos catorce o quince días cuando se manifiestan los síntomas característicos.
Síntomas clínicos de la varicela
Cuando se produce la infección por el virus de la varicela, en primer lugar aparecen síntomas banales, como fiebre, decaimiento general del niño, falta de apetito.
El síntoma característico de esta enfermedad vírica es la aparición de una erupción en forma de vesículas o ampollas. Estas ampollitas aparecen en la cara, tronco, cuero cabelludo, incidiendo especialmente en la zona inguinal y genital. También pueden llegar a afectar a la mucosa de la boca. Producen mucho picor, lo que ocasiona gran incomodidad al pequeño. Algo que caracteriza y es patognomónico de estas vesículas es su patrón en «cielo estrellado». Esto quiere decir que las ampollas no aparecen todas a la vez ni se van todas a la vez, lo mismo que ocurre con las estrellas. Van saliendo unas y a medida que se van extendiendo por el cuerpo, se van secando las que aparecieron en primer lugar, dejando en su lugar unas costras.
Estas costras, están encargadas de proteger la piel nueva que está creciendo para sustituir a la que había sido infectada y se ha desprendido al desaparecer la vesícula. Por eso es muy importante que las personas que sufren varicela no se rasquen ni se las quiten para que no queden marcas visibles.
En contrapartida, cuando las costras aparecen, la enfermedad deja de ser contagiosa. Lamentablemente es en esos momentos cuando las personas tienen más miedo de que se les «pegue» la enfermedad, porque es cuando es más «aparatosa» y visible.
Diagnóstico y posibles complicaciones
El diagnóstico de esta enfermedad es puramente clínico. Un ojo entrenado es capaz de distinguirla apenas la ve. Además, al examinar de cerca al paciente con una luz, siempre hay una vesícula que brilla más que el resto; es un pequeño «truco» de los profesionales médicos para asegurar el diagnóstico de la enfermedad.
Si pese a todo queda alguna duda, siempre se puede hacer un análisis serológico del líquido vesicular que nos dará el diagnóstico seguro de la existencia o no de virus del herpes.
Entre las posibles complicaciones que pueden aparecer tras sufrir una varicela podemos encontrar las siguientes:
– Neumonía: el sistema inmunológico o defensor está debilitado y el mismo virus causante de esta enfermedad o bacterias oportunistas pueden provocar un cuadro de neumonía que va a necesitar de otro tipo de tratamientos específicos.
– Complicaciones neurológicas: tras sufrir una infección por el virus del herpes zoster, se pueden dar afectaciones neurológicas como la inflamación del encéfalo, lo que conocemos con el nombre de encefalitis. Otra complicación grave derivada de esta enfermedad aparentemente inofensiva es la ataxia cerebelosa, es decir, la aparición de una falta de equilibrio y coordinación en los movimientos al caminar, que suele desaparecer por sí misma.
– Síndrome de Reye: anteriormente hemos dicho que el virus puede afectar a órganos internos como el hígado y el bazo. Si se comete el error de dar al niño ácido acetil salicílico para disminuir la fiebre, la función del hígado puede verse seriamente comprometida.
– Herpes: el virus que produce la varicela se queda «dormido» en los ganglios de por vida. Por eso, en determinados momentos de estrés, bajada de defensas, o, simplemente, porque sí, sufre un despertar o reactivación produciendo en la edad adulta una enfermedad tan incómoda como dolorosa que todo el mundo conoce. El llamado herpes.
Prevención y tratamiento de la varicela
Como se trata de una enfermedad altamente contagiosa, la primera medida a tomar para evitar la propagación del virus es el aislamiento del paciente, aunque, como ya hemos dicho también anteriormente, es en la fase en la que no hay todavía ampollas cuando se contagia con más facilidad y frecuencia.
Otro modo de prevenirlo es hacer uso de las vacunas que, por ejemplo, en nuestro país se implantó en el año 2005.
Como tratamiento hay dos puntos importantísimos:
1. No utilizar ácido acetil salicílico para bajar la temperatura, ya que, como hemos dicho, puede llevar a un fallo hepático.
2. No utilizar Ibuprofeno ya que puede permitir la reinfección por otros gérmenes oportunistas.
El tratamiento de la varicela consistirá por lo tanto en: paracetamol para calmar las molestias y la fiebre, hidratación abundante, reposo y antihistamínicos para paliar el picor.
En ocasiones se hace necesario el uso de antivirales, que disminuye la multiplicación del virus y acelera la recuperación, aunque su uso no es recomendable en niños menores de 14 años.
En adultos, puede considerarse su uso, y en personas inmunodeprimidas, embarazadas y con otros factores de riesgo por otras enfermedades (diabetes, hipertensión…), se hace obligada la administración de aciclovir, para que el paciente sufra menos riesgo de complicaciones, que especialmente en embarazadas, pueden suponer grave riesgo para la vida del feto.
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